Beatificacion juan pablo II
Especial sobre Juan Pablo II, su obra y su beatificación

Evocar al Papa Juan Pablo II nos permite reconocer su enorme compromiso a favor de la vida humana, su contribución decisiva en la elaboración de una bioética de inspiración cristiana.
Juan Pablo II y la vida humana
Fernando Pascual | fpa@arcol.org
Evocar al Papa Juan Pablo II nos permite reconocer su enorme compromiso a favor de la vida humana, su contribución decisiva en la elaboración de una bioética de inspiración cristiana.
En sus primeros años como obispo de Roma dejó una huella profunda en el pensamiento teológico con las 129 catequesis de los miércoles (los años 1979-1984) dedicadas a la teología del cuerpo, al amor humano y a la sexualidad. Frente a quienes promovían la trivialización de las relaciones entre el hombre y la mujer y el mal llamado “amor libre”, Juan Pablo II supo ofrecer un análisis humano y teológico capaz de realzar el sentido auténtico del matrimonio y la belleza de la apertura a la vida propia de la relación esponsal.
Rescatar el verdadero sentido del matrimonio y de la familia permitía, además, conquistar aquella perspectiva necesaria para defender la vida en todas sus etapas, precisamente porque cada ser humano existe desde Dios y desde las relaciones que vinculan a los seres humanos entre sí.
Por eso se explica que Juan Pablo II se comprometiese, en primera persona, en la lucha contra el aborto en todo el mundo. Una de sus primeras batallas fue precisamente en Italia, sobre todo durante el mes de mayo de 1981 (antes y después del atentado del 13 de mayo), al apoyar la campaña promovida por los grupos provida para derogar, a través de un referéndum popular, la ley abortista que había sido aprobada en ese país en 1978.
El triunfo de los defensores del aborto en ese referéndum no fue un freno, sino un estímulo para el Papa. Desde entonces, incrementó su esfuerzo para fomentar una cultura de la vida que arraigase hondamente en la sociedad. Por eso, no dejó de hablar a favor de los niños por nacer, sea en sus viajes internacionales, sea en sus encuentros con grupos provida, sea en las reuniones con los obispos de numerosos lugares del planeta.
Al mismo tiempo, afrontó los retos de las nuevas tecnologías de reproducción artificial y ofreció sobre los mismos un clarividente juicio ético, especialmente con la aprobación de una instrucción sobre el tema, preparada por el entonces cardenal Joseph Ratzinger, que llevaba como título “Donum vitae” (22 de febrero de 1987). En este documento se declaraba al inmoralidad de cualquier técnica de fecundación extracorpórea y de otras técnicas (como la inseminación artificial) que no respetasen la dignidad de la procreación humana.
El documento “magno” en defensa de la vida en todas sus etapas y con una especial atención (aunque no exclusiva) hacia las obligaciones del quinto mandamiento fue la encíclica “Evangelium vitae” (25 de marzo de 1995). En la misma quedaron evidenciadas la gravedad y la injusticia de acciones como el aborto, el homicidio y la eutanasia, con un tono tan claro que no dejaba lugar a dudas o a vacilaciones.
La “Evangelium vitae” no puede ser leída como un conjunto de negativas, sino sobre todo como una llamada a una movilización general a favor de la vida, lo cual incluía también elaborar una correcta bioética.
Antes y después de la publicación de esa encíclica, Juan Pablo II ofreció ejemplos concretos de cómo actuar ante las amenazas contra la vida y la familia a través de sus intervenciones a nivel internacional, especialmente antes de la Conferencia de El Cairo (1994), y con motivo de la Conferencia Internacional sobre la mujer (Beijing 1995). En esas conferencias hubo grupos que promovían (algo que también ocurre en nuestros días) el aborto como camino para el control de la natalidad, y que intentaban imponer la ideología de género como camino para destruir la visión correcta sobre el amor humano y sobre la familia. Ante esos grupos la voz del Papa fue clara, acompañada incluso con el sufrimiento que Dios le permitió al romperse el fémur tras una caída:
“He comprendido que debo llevar a la Iglesia de Cristo hasta este tercer milenio con la oración, con diversas iniciativas, pero he visto que no basta: necesitaba llevarla con el sufrimiento, con el atentado de hace trece años y con este nuevo sacrificio... ¿Por qué ahora? ¿Por qué este año? ¿Por qué este Año de la familia? Precisamente porque se amenaza a la familia, porque se la ataca. El Papa debe ser atacado, el Papa debe sufrir, para que todas las familias y el mundo entero vean que hay un evangelio superior: el evangelio del sufrimiento” (29 de mayo de 1994).
Fue en este contexto cultural cuando Juan Pablo II escribió dos textos de gran belleza e importancia: la “Carta a las familias” (2 de febrero de 1994), y la “Carta a las mujeres” (29 de junio de 1995). Estos documentos, unidos a otro publicado años antes, la carta apostólica “Mulieris dignitatem” (15 de agosto de 1988), ofrecen una doctrina sumamente importante para superar ideologías que desconocen el sentido auténtico de la familia y el papel de la mujer en la sociedad contemporánea.
Para incidir más a fondo en las temáticas sanitarias y médicas, que tanta relevancia tienen en la vida concreta de millones de seres humanos, Juan Pablo II quiso instituir, en 1985, la Pontificia Comisión para la pastoral de los Agentes Sanitarios, que luego se convirtió, en 1988, en el Pontificio Consejo para la pastoral de los Agentes Sanitarios. Igualmente, un año antes de la publicación de la “Evangelium vitae” (es decir, en 1994), el Papa creó la Pontificia Academia para la Vida, que tantos servicios ha realizado y sigue realizando en la tarea de profundizar importantes temas bioéticos.
Junto a lo expuesto, que no es exhaustivo, podemos evocar una dimensión hermosa y testimonial: la experiencia que el mismo Juan Pablo II hizo de la fragilidad humana, desde sus heridas (el atentado), sus enfermedades, sus caídas (ya recordamos la de 1994), sus hospitalizaciones, y el progresivo avance de la invalidez en los últimos años de su vida. En parte esas experiencias explican y quedan iluminadas por una carta apostólica titulada “Salvifici doloris” (11 de febrero de 1984), en las que habla no como un simple espectador ni como un estudioso que observa el dolor ajeno, sino como alguien que ofrece su propia meditación, en primera persona, sobre lo que significa tocar la fragilidad humana.
Su sufrimiento se convirtió, así, en una forma muy concreta de apoyar la familia, la vida, la dignidad de los seres humanos, en un momento de la historia en la que tales valores eran fuertemente atacados. Quizá por eso su incapacidad y su progresivo decaimiento, unidos a su deseo por seguir junto a la Cruz de Cristo, se han convertido en un mensaje luminoso a favor de la vida. El Juan Pablo II que no podía hablar en público, que temblaba como creatura frágil y necesitada de ayuda, se convirtió en un icono viviente del valor de cada vida humana, en un trovador que gritaba al mundo que también los ancianos y los enfermos tienen una dignidad y un lugar en el camino del existir humano.
La participación de la Iglesia en la beatificación de Juan Pablo II
Daniel Watt | analisis@arcol.org
La participación de la Iglesia, en la Beatificación de Juan Pablo II ha sido diversificada, significativa y global.
La masiva afluencia de los fieles cristianos a sus funerales para testimoniar su dolor, gratitud, esperanza; las pancartas grandes, medianas y pequeñas que en ese momento se exhibieron; las exclamaciones en voz alta coral del contenido de las mismas; los aplausos del clero de Roma al conocer la dispensa papal para que pudiera comenzar el proceso canónico; las largas filas para orar en su tumba en las grutas vaticanas; y los innumerables mensajes al postular transmitiéndole vivencias, señales celestiales, gracias divinas físicas, morales, nos hablan de una Iglesia llamada a discernir en uno de sus miembros una particular presencia y acción de Dios.
La Iglesia jerárquica, con el don de guiarnos, siguiendo minuciosamente todo un proceso complejo, ha verificado esa fama de santidad. Así el postulador, jueces eclesiásticos, el promotor de justicia, notarias, peritos archivistas e historiadores, teólogos censores, peritos médicos, testigos interrogados en un número de 114, consultores y oficiales del Dicasterio de la Causa de los Santos, Obispos y Cardenales y finalmente el Romano Pontífice.
Cada quien ha participado con su oración, testimonio, discernimiento, comprobación, y autorización, dándonos una imagen de la Iglesia que es una Comunión que puede reconocer las señales de Dios en la humanidad y en el hombre moderno. Cada fiel cristiano desde su casa con una estampa del Beato, desde su negocio con un poster de Juan Pablo II, desde los panorámicos gigantes, las vigilias de oración, la lectura de libros sobre el tema, con su interés por conocer más detalles a través de la prensa, ha estado involucrado en esta aventura de discernimiento eclesial y por eso podemos presentar al mundo un hombre como nosotros que, con el ejercicio de las virtudes cristianos en grado no común, apoyado por la gracia divina, ha alcanzado la plenitud de su realización como hombre, como cristiano, como sacerdote y, en definitiva, como hijo de Dios.
Roguemos para que este Beatificación inspire en el seno de la Iglesia Católica una moda de santidad, pues Juan Pablo II puso de moda la santidad, y él mismo será pública y oficialmente declarado Beato el 1 de mayo del 2011.
Juan Pablo II y el martirio
Luis Alfonso Orozco | analisis@arcol.org
En su carta programática Tertio Millennio Adveniente, publicada el mes de noviembre de 1994, Juan Pablo II subrayó: “Al término del segundo milenio, la Iglesia ha vuelto de nuevo a ser Iglesia de mártires... El testimonio ofrecido a Cristo hasta el derramamiento de la sangre se ha hecho patrimonio común de católicos, ortodoxos, anglicanos y protestantes... Es un testimonio que no hay que olvidar... En nuestro siglo han vuelto los mártires, con frecuencia desconocidos, casi “militi ignoti” de la gran causa de Dios. En la medida de lo posible no deben perderse en la Iglesia sus testimonios” (TMA, nº 37).
“Un testimonio que no hay que olvidar”, y que es preciso hacer conocer principalmente a las nuevas generaciones, que tienen en sus manos el futuro de la evangelización. Por eso es que Juan Pablo II se convirtió en un decidido promotor de las causas de beatificación y de canonización de los mártires. Además del enorme acerbo de espiritualidad y de vida cristiana ejemplar que Juan Pablo II ha dejado a la humanidad, también es justo considerarlo a él mismo como uno de esos “testigos por excelencia”, un mártir de la verdad y de la fe en Jesucristo del pasado siglo y del inicio del tercer milenio.
Esta afirmación se apoya en el hecho de que él estaba firmemente persuadido que el testimonio de los mártires de todas las épocas es el más convincente. Por ello, a lo largo de su fecundo pontificado beatificó y canonizó muchos mártires, especialmente del siglo veinte, para proponerlos como modelos a la Iglesia que afronta en el mundo globalizado la magna tarea de la nueva evangelización. El tema del martirio cristiano fue muy querido por el Papa polaco y no sólo como un interés cultural, sino como realidad evangelizadora y experiencial, puesto que en la figura del mártir se combinan la fe y la vida de una manera indisoluble. Podemos decir que Juan Pablo II mismo merece ser considerado como uno de estos grandes testigos de la fe del siglo veinte.
El martirio cristiano
Todo bautizado está llamado a participar durante su vida terrena, de algún modo, en la pasión de Cristo para completar la obra de la redención del mundo. Cierto que al hablar del martirio entendemos que se trata de una vocación específica y de un don que Dios concede solamente a unos pocos, pues no todos los bautizados están llamados a ser mártires de sangre. Aunque el martirio es sólo uno de los varios carismas con que cuenta la Iglesia, también es verdad que todo bautizado está llamado a seguir al Señor y tener alguna participación en su pasión, aunque mínima, a fin de completar en nuestra carne lo que falta a la pasión de Cristo por su Iglesia.
El primer escalón importante del progreso en la vía de la perfección cristiana consiste en la mortificación de los propios apetitos y tendencias desordenadas, que de no controlarse llevan a la persona a volverse viciosa, esclava de sus caprichos y por consiguiente a rebajar su propia dignidad. Mas para que la mortificación adquiera un sentido cristiano, ha de ser aceptada con amor y por eso mismo de un modo libre. En este sentido resulta una analogía válida decir que los santos -aquellos hombres y mujeres que padecieron grandes mortificaciones y pruebas, llenando de amor sus vidas- sean parangonados con los mismos mártires, pero en este caso hablamos del martirio moral, no del de sangre; sino de aquel martirio cotidiano, lento y heroico, pero no por ello menos meritorio a los ojos de Dios .
El mártir cristiano recibe del Espíritu Santo el don de la fortaleza en grado sumo para que pueda confesar su fe en Cristo, en aquel momento definitivo cuando le quitan su vida de modo violento y público. Este es el tipo de mártir que acompaña a Cristo en el sacrificio del Calvario. Mártir del Calvario. Luego está el otro tipo de mártir, aquel martirio del testimonio lento de días interminables y de la fidelidad puesta a prueba en duras circunstancias: el del martirio moral, aquel que es llamado por Cristo para que le acompañe durante las lentas horas de su agonía mística en Getsemaní. Mártir del Huerto. Con este tipo de mártires cristianos la santa Iglesia se ha visto abundantemente enriquecida en su largo peregrinar histórico.
No hay duda que para Juan Pablo II el ideal más elevado de vida cristiana lo ocupa la figura del mártir, el testigo de Cristo por antonomasia, aquel que ha llevado una vida acorde con la verdad que cree y que proclama con los hechos. Esto lo expresó el Papa en su poema Stanislaw: La palabra no convirtió, la sangre convertirá. El modelo supremo de Jesucristo es ser testigo de la verdad, pero no con la sangre de los agresores o de los pecadores, sino a través de su propia sangre ofrecida libremente.
13 de mayo de 1981: Juan Pablo II mártir
Y no sólo la figura del mártir es el ideal cristiano más alto para el Papa Juan Pablo II, sino que él mismo lo experimentó en su propia persona primero con la persecución comunista en su patria, después con la crítica constante hacia su magisterio petrino, por parte de algunos cerebros inconformes y desobedientes, y de manera singular en el transcurso del tercer año de su pontificado, con un atentado criminal que casi puso fin a su vida, aquella imborrable tarde del 13 de mayo de 1981 en la plaza San Pedro. Este atentado contra su vida es un hecho misterioso que de algún modo se encontraba revelado dentro del Tercer Secreto de Fátima.
En un artículo aparecido en el diario vaticano, L'Osservatore Romano, del 12 mayo de 2003, veintidós años después del atentado contra el Papa, el autor sostiene la tesis de que se quiso eliminar al Papa «porque molestaba». El atentado contra Juan Pablo II, que tuvo lugar un 13 de mayo de hace 22 años no fue «por casualidad», sino porque este Papa molestaba. L'Osservatore Romano recuerda aquella soleada tarde de mayo en la plaza de San Pedro en la que el turco Mehmet Alí Agca disparó contra el pontífice mientras pasaba en el papamóvil durante la audiencia general a los peregrinos.
Según el editorial del diario, firmado por su entonces director, Mario Agnes, «no se puede y no se debe considerar que fue un hecho acaecido por casualidad y ya archivado». No se puede prescindir de aquel acto sangriento para "leer" este pontificado. Para comprender el misterio de un hombre cuya sangre bañó la plaza que lleva el nombre de Pedro. Si bien las implicaciones de lo sucedido siguen siendo oscuras, el hecho queda en pie», afirma. «Según algunas maneras de pensar, Juan Pablo II molestaba. Y se trató de quitar de en medio a esta alta autoridad, pero no se logró acallar esa voz». «Aquel atentado, concluye M. Agnes, ha hecho que la voz de este Papa alcance mayor autoridad, independientemente «de las convicciones filosóficas y religiosas» de quien le escucha. En el atentado, el Papa fue herido de gravedad en el abdomen y corrió el peligro de morir desangrado mientras lo transportaban al Hospital Gemelli de Roma, donde fue sometido a una larga y delicada operación. Juan Pablo II atribuye el haber salido vivo de ese atentado a la intercesión especial de la Virgen de Fátima, cuya fiesta se conmemora justamente el 13 de mayo, en recuerdo de la primera aparición de María, en 1917, a los tres pastorcillos portugueses. En el año 2000, con motivo del Jubileo, el Papa hizo público el contenido del «tercer secreto de Fátima», interpretándolo, justamente, como la profecía de un atentado contra un pontífice...
Por su parte, Don Stanislaw Dziwisz –actual arzobispo de Cracovia en Polonia--, quien fuera el fiel secretario particular del Santo Padre durante más de cuarenta años de su vida, primero en Cracovia y los últimos 27 pasados junto al Pontífice, es también de la firme opinión que el martirio forma parte de la vida extraordinaria de Juan Pablo II. En el último libro del Papa polaco, “Memoria e identidad” hay unas páginas que relatan el atentado contra el Papa, y en una de sus intervenciones Don Stanislaw se expresa así:
“Considero un don del cielo el milagroso retorno del Santo Padre a la vida y a la salud. El atentado, en su aspecto humano, sigue siendo un misterio... En el aspecto divino, el misterio consiste en todo el desarrollo de este acontecimiento dramático, que debilitó la salud y las fuerzas del Santo Padre, pero que en modo alguno aminoró la eficacia y fecundidad de su ministerio apostólico en la Iglesia y en el mundo. Pienso que no es ninguna exageración aplicar en este caso el dicho: Sanguis martyrum semen christianorum. Tal vez había necesidad de esta sangre en la plaza de San Pedro, en el lugar del martirio de muchos de los primeros cristianos. El primer fruto de esta sangre fue sin duda la unión de toda la Iglesia en la gran oración por la salud del Papa. Durante toda la noche después del atentado, los peregrinos venidos para la audiencia general y una creciente multitud de romanos rezaban en la plaza de San Pedro. Los días sucesivos, en las catedrales, iglesias y capillas de todo el mundo, se celebraron misas y se elevaron plegarias por la recuperación del Papa” .
Los frutos de su martirio
Así pues, es claro que aquel atentado del 13 de mayo de 1981, que casi resultó un martirio sangriento para el Papa Juan Pablo II, también ha reportado muchos frutos para la Iglesia, a lo largo de su fecundo e impresionante pontificado de más de 27 años. Aún es pronto para sacar un balance de todos los dones que Dios ha aportado al mundo y a la Iglesia con este pontificado, mas sí resulta conveniente preguntarse sobre cuáles serían algunos de los frutos que el sufrimiento físico y moral del Papa polaco ha alcanzado para bien de la Iglesia y el mundo.
En primer lugar, es palpable constatar cómo se ha visto fortalecida la unidad de la Iglesia universal en torno al Papa y su magisterio de verdad, en el último cuarto de siglo. Algunas de sus encíclicas más célebres e influyentes como “Evangelium Vitae” (El Evangelio de la vida), “Veritatis Splendor” (El Esplendor de la Verdad), “Fides et Ratio” (La fe y la razón) o “Ecclesia de Eucharistia” (La Iglesia vive de la Eucaristía), así lo demuestra porque han legado al mundo y a la Iglesia un patrimonio de doctrina clara y sólida para afrontar y superar los grandes retos de la cultura relativista en este siglo de la nueva evangelización. A estas encíclicas magisteriales se puede añadir el completísimo Catecismo de la Iglesia Católica, impulsado por él, y que hoy es un indispensable instrumento de consulta y de formación para todo fiel.
Por otro lado, el episcopado mundial conforma hoy una colegialidad más fuerte, unida y en su inmensa mayoría fiel a la Sede de Pedro. Otro fruto muy notable de su magisterio pontificio es el fuerte y valiente impulso que el beato Juan Pablo II dio con su autoridad a la tutela de la fami¬lia tradicional, cual baluarte de la sociedad y de la vida humana, que es sagrada desde su inicio y en todas sus fases. Él se constituyó un promotor incansable y defensor decidido de la Cultura de la Vida en esta etapa difícil de la historia humana que ha atravesado ya el tercer milenio y que va cargando sobre sus espaldas la responsabilidad histórica de millones de vidas inocentes truncadas cada año por el aborto en todo el mundo. Es parte del “mysterium iniquitatis” que acompaña a la historia y contra el que lucha la Iglesia en su misión evangelizadora.
Juan Pablo II también anunció con esperanza profética la llegada de una nueva “Primavera” de la Iglesia, cuyo primer esplendor pudimos admirar sobre todo a lo largo del Año Santo jubilar del 2000, y que culminó con la presencia en Roma de más de dos millones de jóvenes que vinieron a escuchar la voz de Pedro, durante aquella inolvidable Jornada Mundial de la Juventud. En otro campo está el impulso formidable dado por Juan Pablo II al diálogo ecuménico en el arduo camino hacia la unidad cristiana, así como su apoyo decidido y abierto a los diversos Movimientos cristianos de seglares comprometidos en el campo eclesial y misionero, que el Espíritu Santo ha suscitado dentro de la Iglesia. Bastaría con recordar, entre otros, el encuentro que tuvo con varios de los responsables y representantes de los principales Movimientos eclesiales, el día de Pentecostés del año 1998 en la plaza san Pedro.
En resumen, podemos afirmar que casi todas las actuaciones del nuevo beato que se analicen, a lo largo de sus años de pontificado, se ve la fecundidad y la esperanza que este gran Papa ha logrado infundir en la gente. Todo es fruto, en buena medida, gracias al martirio de su vida ofrecida a Dios en holocausto por la salvación de las almas que le fueron confiadas, como Pastor supremo. Juan Pablo II sabía muy bien cuál es la fuerza de convicción y de testimonio personal que supone el martirio cristiano, pues él mismo sufrió un cuasi martirio sangriento. Por eso, a lo largo de su pontificado beatificó y canonizó con su autoridad de Jefe de la Iglesia a numerosos mártires de todos los países.
El siglo veinte pasará a la historia como el “Siglo de los Mártires”, dado el número impresionante de testigos de la fe que murieron en México, Armenia, España y durante el terror comunista y nazista, principalmente. La importancia y trascendencia que para Juan Pablo II significan el martirio y la figura de los mártires cristianos está más que comprobada.
Juan Pablo II y el martirio
Es oportuno concluir este breve ensayo citando algunos de los pensamientos más relevantes del Papa Juan Pablo II acerca del martirio, tomados de documentos varios, de discursos y homilías.
La muerte en el martirio
“La realidad de la muerte en el martirio es siempre un tormento; pero el secreto de esa muerte está en que Dios es mayor que el tormento. La prueba del sufrimiento es grande, probar como oro en el crisol es duro; pero más fuerte es la prueba del amor, más fuerte es la gracia” .
Testigos por excelencia
“La prueba suprema es el don de la vida, hasta aceptar la muerte para testimoniar la fe en Jesucristo. Como siempre en la historia cristiana, los mártires, es decir, los testigos, son numerosos e indispensables para el camino del Evangelio. También en nuestra época hay muchos: obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, así como laicos; a veces héroes desco-nocidos que dan la vida como testimonio de la fe. Ellos son los anunciadores y los testigos por excelencia” .
Testimonio culminante de la verdad moral
“Si el martirio es el testimonio culminante de la verdad moral, al que relativamente pocos son llamados, existe, no obstante, un testimonio de coherencia que todos los cristianos deben estar dispuestos a dar cada día, incluso a costa de sufrimientos y de grandes sacrificios. En efecto, ante las múltiples dificultades, que incluso en las circunstancias más ordinarias puede exigir la fidelidad al orden moral, el cristiano, implorando con su oración la gracia de Dios, está llamado a una entrega a veces heroica... La voz de la conciencia ha recordado siempre sin ambigüedad que hay verdades y valores morales por los cuales se debe estar dispuestos a dar incluso la vida” .
Un signo perenne
“Un signo perenne, pero particularmente significativo, de la verdad del amor cristiano es la memoria de los mártires. Que no se olvide su testimonio. Ellos son los que han anunciado el Evangelio dando su vida por amor. El mártir, sobre todo en nuestros días, es signo de ese amor más grande que compendia cualquier otro valor... El creyente que haya tomado seriamente en consideración la vocación cristiana, en la cual el martirio es una posibilidad anunciada ya por la Revelación, no puede excluir esta perspectiva en su propio horizonte existencial. Los dos mil años transcurridos desde el nacimiento de Cristo se caracterizan por el constante testimonio de los mártires).Serán capaces los cristianos del próximo siglo de ser tan fuertes como lo fueron los mártires?” .
Wojtyla en los altares: sobran los motivos
J. Beltrán | Cortesía de La Razón (España)
El próximo domingo, Benedicto XVI presidirá la beatificación del Juan Pablo II, después de considerar la curación inexplicable e inmediata de la monja francesa Marie Simon-Pierre, que sufría párkinson, un milagro obtenido a través de su intercesión.
Sin embargo, son muchas más las razones que se acumulan para elevar a los altares a Wojtyla, tanto es así que por dispensa pontificia, la causa de beatificación comenzó antes de los cinco años pertinentes.
1. Virtudes heroicas. En junio de 2009, nueve consultores teólogos de la Congregación para las Causas de los Santos dieron su parecer positivo sobre la heroicidad de las virtudes heroicas del Siervo de Dios.
El 19 de diciembre de 2009 Benedicto XVI autorizó la promulgación del decreto sobre la heroicidad, reconociendo así la radicalidad con la que vivió el Evangelio Karol Wojtyla.
2. Un milagro reconocido. Benedicto XVI aprobaba el 14 de enero el milagro necesario para la beatificación. La religiosa Simon-Pierre sufría párkinson desde 2001, pero en 2005, dos meses después de la muerte del Pontífice, los síntomas desaparecieron después de que su comunidad rezara por su intercesión.
3. Fama de Santidad. La Congregación para las Causas de los Santos inició la causa de beatificación antes de lo exigido por la normativa vigente por la imponente fama de santidad de la que gozó Juan Pablo II en su vida. Muestra de ello fueron los gritos de «Santo súbito» de las miles de personas congregadas en la Plaza de San Pedro tras su fallecimiento.
4. Hecho a sí mismo. Deportista, poeta, dramaturgo, actor, obrero en una cantera... Así se fue conformando la personalidad de Wojtyla, en una Polonia ocupada por las tropas de Hitler. «Yo trabajaba en la fábrica y, en la medida en que lo permitía el terror de la ocupación, cultivaba mi afición a las letras y al arte dramático. Mi vocación sacerdotal tomó cuerpo en medio de todo esto, como un hecho interior de una transparencia indiscutible y absoluta», confesó.
5. Hombre de oración. «El hombre no puede vivir sin orar, lo mismo que no puede vivir sin respirar». Quienes compartían con él el día a día, recuerdan que esta máxima le llevaba a estar ante el Sagrario sin que nadie ni nada le perturbara.
6. Una fe sin miedo. Desde el minuto cero de su pontificado, el Papa polaco dio muestras de su valentía. Así lo demostró en su primera homilía en la Sede de Pedro, al exclamar: «¡No tengáis miedo! ¡Abrid las puertas a Jesucristo!».
7. Misionero incansable. Dan fe los 133 países que visitó, que equivalen a 29 vueltas al mundo. Con ellos quiso que las iglesias locales, especialmente las amenazadas por la persecución, se sintieran acompañadas por su Pastor, y por otro lado, hacerse presente en aquellas tierras donde la presencia católica es mínima.
8. Nueva Evangelización. Una de las intuiciones de Juan Pablo II fue dar voz a los nuevos movimientos de laicos y religiosos que han supuesto una primavera dentro de la Iglesia, tanto en el aumento de vocaciones como en la novedad de estos carismas que enriquecen una gran familia formada por 1.200 millones de católicos. Muestra de esta apuesta son el Camino Neocatecumenal, Opus Dei, Regnum Christi, los Focolares, Renovación Carismática y Comunión y Liberación.
9. Ecumenismo y el diálogo interreligioso. Las Jornadas de Asís en 1986 con los principales líderes religiosos orando al Dios único, fue uno de estos frutos que ejemplificaron su capacidad de buscar lo que une y dejar a un lado las diferencias.
10. Abrazo al pueblo judío. En 1986 se convirtió en el primer Papa de la historia, después de San Pedro, en visitar la Sinagoga de Roma, y en 2000. Su rezo ante el Muro de las Lamentaciones suponía el reconocimiento de las raíces conjuntas de cristianismo y judaísmo. Pidió perdón público por las omisiones de los miembros de la Iglesia en defensa de los judíos –«hermanos mayores en la fe»– durante la Shoah.
11. Pastor cercano. En más de una ocasión, la espontaneidad de Juan Pablo II generó algún quebradero de cabeza a los responsables de su seguridad. No lo podía evitar: lo mismo bromeaba con un niño, que empatizaba con un enfermo...
12. Amigo de los jóvenes. «Soy un joven de 83 años», bromeó ante el millón de jóvenes que le escuchaban en Cuatro Vientos en su último viaje a España en 2003. Con estos detalles, conectaba con las nuevas generaciones, para quienes creó en 1984 las Jornadas Mundiales de la Juventud. Desde el momento de su beatificación se convertirá en patrono de estos encuentros que este verano se celebrarán en Madrid.
13. Principios firmes. Cuando la revista «Time» le nombró el personaje del año en 1994, destacó que sus mensajes «no son optimistas ni halagadores, tampoco sucumben a la fácil componenda entre el bien y el mal». Y así lo aplicaba también al Gobierno de la Iglesia Universal. No dudó en llamar al orden a las diócesis y las congregaciones que se alejaban del magisterio eclesial. Tampoco dudó en amonestar en público a Ernesto Cardenal, uno de los baluartes de la teología de la liberación.
14. Un Papa para la Historia. Su diplomacia y su amplio conocimiento de las relaciones internacionales le convirtieron una pieza clave para cambiar el rumbo tanto de Polonia, su país natal, como de la Europa atrapada por el marxismo. Los analistas han reconocido su papel fundamental en la caída del muro en 1989 y su papel en la apertura de Cuba tras su viaje en 1998. Tampoco le quebró la voz al lamentar la actuación de dictadores como Pinochet.
15. Artesano de la paz. Una y otra vez exclamó: «Nunca más la guerra». Y no sólo presionó para que los gobiernos de las distintas naciones apostaran por la vía diplomática, sino que viajó a territorios de conflicto. En otras ocasiones, como en el caso de Sarajevo, le fue imposible ante las continuas amenazas de los serbobosnios. Condenó además la barbarie terrorista, el racismo, el antisemitismo y los nacionalismos exacerbados; exigió el desarme, denunció el comercio de armas...
16. Apóstol del perdón. Expresó en nombre de la Iglesia su pesar por los «errores de exceso» en la Inquisición, por los excesos de los misioneros con algunos pueblos nativos, por la condena a Galileo... Tampoco dudó en perdonar a Mehmet Ali Agca, autor del atentado que sufrió el 13 de mayo de 1981, y quiso encontrarse con él en prisión y pidió su indulto.
17. Impulsor del Vaticano II. Vivió el Concilio como arzobispo de Cracovia y participó de forma activa en tres comisiones: Sacramentos y Culto Divino, Clero y Educación Católica. Ya como Papa a lo largo de los 26 años de Pontificado fue desarrollando los frutos de lo que el consideró un «gran patrimonio» de la Iglesia.
18. Magisterio prolífico. Catorce encíclicas en 1.800 páginas recogen su visión de una Iglesia comprometida, cercana y para todos. A ellas hay que unir numerosas cartas y exhortaciones apostólicas.
19. Doctrina social. Preocupado por las preocupaciones y dificultades cotidianas de los hombres, en «Laborem excerns» sacaba la cara por los trabajadores recordando que no son una simple mercancía del sistema, arremetiendo contra el materialismo y el marxismo, mientras que en «Sollicitudo rei socialis», denunciaba alto y claro la explotación social e instaba a los gobernantes a modificar las reglas del juego para acabar con las diferencias entre norte y sur.
20. Voz de los sin voz. Baluarte de los derechos humanos, siempre estuvo atento a las necesidades de los más desfavorecidos. La proyección mediática de su amistad y respaldo a la obra de la beata Teresa de Calculta era sólo un reflejo de las múltiples denuncias que realizó ante los más poderosos de la tierra.
21. Defensor de la dignidad del hombre. No sólo proclamó la defensa de la vida como un valor incuestionable desde la concepción hasta la muerte, sino que él mismo supo responder con un «hágase» ante su enfermedad.
22. Diálogo entre ciencia y fe. Su punto de partida fue que religión y ciencia no pueden ignorarse, pues ambas son dimensiones distintas de una cultura común.
23. En la escuela de María. «Totus Tuus» (Todo tuyo) fue el lema elegido por el Papa Polaco para su Pontificado. De este modo se consagraba totalmente a la Madre de Jesús, viviendo esta devoción como el mejor camino para llegar a Cristo. Incluso añadió cinco misterios al Rosario, su oración preferida.
24. Defensor del genio femenino. Con ocasión del año mariano, en 1988 promulgó la carta apostólica «Mulieris dignitatem» en la que reconocía formalmente la aportación de las mujeres en la labor de la Iglesia. Sentía especial admiración por Santa Teresa de Ávila, Faustina Kowalska y Edith Stein.
25. Milagros de lo cotidiano. A buen seguro que cualquier cristiano ha sentido cómo Juan Pablo II les ha tocado el corazón con un gesto, una palabra o una mirada. Un motivo más, o mejor, millones de motivos, que refuerzan su beatificación.
Castro, el líder que más preparó la visita del Papa
«Un gran corazón. Homenaje a Juan Pablo II» es el nombre del libro que ha elaborado el cardenal Tarcisio Bertone y que repasa algunos episodios de la trayectoria vital del Papa polaco, entre ellos el viaje que realizó a Cuba en 1998. «Fidel Castro mostró afecto por el Papa, que ya estaba enfermo, y Juan Pablo II me confió que posiblemente ningún jefe de Estado se había preparado tan a fondo para una visita de un Pontífice», recuerda Bertone en su libro, del que ayer se conoció un adelanto.
Juan Pablo II y la física cuántica
Luca Maria Centomo | analisis@arcol.org
¡Tenía razón Einstein! El tiempo y el espacio son relativos, y no solamente a niveles cuánticos sino también a niveles humanos. Sí, es así, y eso es tan verdadero que la persona de Juan Pablo II puede confirmarlo con sus números o milagros.
No me equivoco si afirmo que nuestro amado Papa, quien ahora será proclamado beato, ha hecho cosas que para muchos de nosotros serían imposibles. Y digo imposibles porque si ya de por sí cuesta imaginarnos estos hechos, pues imaginemos ahora realizarlos. Y sabemos bien que no era un robot el que se movía por el globo, nunca mejor dicho, como (el sucesor de) Pedro por su casa, sino que era un verdadero padre, hermano, un amigo; como decía una canción: “Tú eres mi hermano del alma realmente un amigo…”.
El primer dato es que Dios le dio vida para llegar a ser el tercer papa más longevo de los 264 sucesores de San Pedro. Su mandato duró 26 años, 5 meses y 17 días. La primera pregunta que viene a la cabeza es: ¿qué puedo hacer yo con 9.665 días? Juan Pablo II hizo esto:
Como es sabido el Papa es obispo de Roma y primado de Italia. Dentro de sus deberes el obispo visita a sus comunidades. Juan Pablo II visitó 316 parroquias de las 333 de Roma. Significa, que en media, visitaba una parroquia cada mes. No está mal considerando que visitó otras 432 comunidades de la Ciudad Eterna y Castelgandolfo. Sin contar Roma, realizó 146 viajes en toda Italia llegando a visitar 314 ciudades distintas y algunas de ellas más de una vez.
Fuera de la península italiana sostuvo 104 viajes apostólicos en 129 naciones. En el mundo existen 192 naciones, es decir que visitó casi el 70% de los países del globo, y que se tomó en serio lo que rezamos en el Credo: “una, santa católica y apostólica”; es decir 4 diferentes países de media por año de pontificado.
Se ausentó de Roma por 497 días, es decir 1 año y 4 meses sin contar la aproximación de las horas, el qué sumaría más días. Recorrió en avión 1.162.437 km (3 veces la distancia entre la tierra y la luna; o si se les hace difícil imaginárselo, dio 91 veces la vuelta de la tierra).
Todo viaje llevaba consigo un mensaje, una nueva esperanza que hubiese podido cambiar aunque sea de poco el corazón del hombre. Su labor evangelizadora no se limitó a los discursos de protocolo con los jefes de las naciones visitadas, sino que alcanzaban a todos los hijos de Dios dispersos por el mundo. Juan Pablo II llegó a pronunciar 3.288 discursos, sin contar las homilías que nada más en el primer año de su pontificado a finales de 1979 llegaban ya a 132 es decir 1 homilía cada 3 días, y en sus 1.164 audiencias generales llegó a encontrarse con 17.665.800 personas que acudían a Roma para verle, escucharle, tocarle. No contamos, porque sería imposible, los millones de jóvenes que le siguieron en las jornadas mundiales de la juventud. Juan Pablo II nos recordó que el corazón enamorado de Cristo no envejece nunca.
Los documentos de su pontificado se resumen en: 14 encíclicas; 15 exhortaciones apostólicas; 11 constituciones apostólicas; 45 cartas apostólicas; 31 motu proprio. Si juntáramos todos sus discursos y documentos escritos tendríamos un libro tamaño A4 de más de 20.000 páginas aproximadamente. Si las ponemos una al lado de otra haríamos un recorrido de casi 5 Km como el que se formó para darle el último saludo cuando se marchó a la casa del Padre. Serían suficientes también para cubrir todos los metros cuadrados de la Basílica de San Pedro.
Al gobierno de la Iglesia por tantos años, renovó su rostro ordenando a 321 nuevos obispos y creando 231 cardenales en 9 distintos consistorios. Bautizó 1.501 niños y niñas recordándonos que la vocación de todo cristiano es la vocación a la santidad. De hecho beatificó 1.338 hombres y mujeres, y canonizó 482 nuevos santos.
Después de todo este recorrido de los datos estadísticos* de la vida de nuestro querido Papa, o papá puesto que un quinto de todos los habitantes del planeta han nacido bajo su pontificado, hago estas preguntas: ¿qué no hubiera hecho Juan Pablo II si hubiera podido viajar a la velocidad de la luz? ¿Qué hubiera hecho con jornadas de 28 horas? ¿Qué hubiera hecho sin las complicaciones sufridas por el atentado del 13 de mayo de 1981? ¿Qué hubiera hecho sin el párkinson que lo fue mermando en los últimos 9 años de su vida? Contestar a estas preguntas inquieta…
Cuando un hombre está envuelto en el misterio del Amor de Dios, eso es lo que pasa: que lo absoluto, como hoy lo entiende el mundo, no es más que relativo; y lo relativo a cada persona, a toda su vida, a cada una de ellas llega a ser Absoluto. Este “Absoluto” fue el moviente de toda su incansable vida, de toda encíclica, audiencia, discurso, viaje, saludo, abrazo, beso.
El “Santo Subito” no fue una sorpresa, la sorpresa es que hay todavía personas que se quedan indiferentes a todo este derroche del Amor de Dios resumido en un hombre: el Beato Juan Pablo II. ¡Beato Juan Pablo II, gracias!
*Cf: Sala Stampa de la Santa Sede, “Dati statistici del Pontificato di Giovanni Paolo II [Aggiornamento: 28.12.2005]”
¿La ciencia o Dios? Juan Pablo II responde
Roberto Taboada Cortina | analisis@arcol.org
En noviembre de 2006 la revista TIME exhibía en su portada el titular “Dios contra la ciencia” (God vs Science, 05.11.2006) acompañado de una sugestiva ilustración: lo que parece ser la imagen de un Rosario, se transforma, poco a poco, mientras la imagen asciende, en una cadena doble de ADN. El mensaje de fondo en la ilustración se asoma claro: la ciencia está sustituyendo paulatinamente a la religión. Las preguntas que antes respondía la fe, con su teología y sus especulaciones, aparecen hoy resueltas por la ciencia y sus descubrimientos.
Si es verdad que la fe y la ciencia se encuentran en franca oposición, y si las respuestas que el hombre encontraba anteriormente en su religión han sido superadas por la ciencia moderna, ¿hay todavía lugar para la fe en una sociedad transformada por el progreso científico? ¿Puede un hombre sensato seguir sosteniendo razonablemente sus creencias religiosas?
Estas son preguntas que en el corazón del hombre contemporáneo reclaman respuestas urgentes. De ello fue consciente Juan Pablo II, y desde el inicio de su pontificado buscó ofrecer respuestas convincentes y profundas.
En un encuentro con científicos y estudiantes en la catedral de Colonia en 1980, Juan Pablo II expresó que, aunque la fe y la ciencia son dos órdenes de conocimiento distintos, autónomos en sus procedimientos, no pueden contradecirse realmente. ¿Cómo podrían hacerlo si el Dios que creó el orden del Universo y dio al hombre la capacidad de razonar es el mismo Dios que se nos reveló en Jesucristo? La ciencia y la fe, aun siendo dos caminos autónomos, convergen al final descubriéndonos una realidad completa que tiene su origen en el mismo Dios (cf. Juan Pablo II, Encuentro con científicos y estudiantes, 15.11.1980. Se puede consultar en italiano en el siguiente enlace).
Una declaración así de atrevida traería a la mente del lector el célebre caso Galileo, que para muchos representa un ejemplo incontestable de la verdadera enemistad entre la ciencia y la fe católica. Juan Pablo II no era ajeno a esta objeción. Él mismo reconoció tiempos difíciles en la relación entre la ciencia y la fe, y deploró que Galileo haya tenido que sufrir en sus investigaciones científicas intromisiones indebidas de parte de hombres y organismos de la Iglesia (cf. Juan Pablo II, Discurso a la Pontificia Academia de las Ciencias con motivo de la conmemoración del nacimiento de Albert Einstein, 10.11.1979. Se puede consultar en el siguiente enlace).
Para renovar la antigua amistad entre ciencia y fe, había primero que limar las asperezas y reconocer los errores que algunos cristianos han cometido en este campo a lo largo de la historia. Juan Pablo II reconoció en el caso Galileo una deuda pendiente, y buscando la reconciliación, no tuvo miedo en pedir perdón.
Hacia el final de los años 90, el Papa polaco volvió a profundizar en la cuestión. En su encíclica Fides et Ratio, publicada en 1998, declaró que lejos de ser acérrimas rivales, fe y razón se necesitan mutuamente, del mismo modo en que un ave necesita de sus dos alas para volar. Sin sus dos alas, la fe y la razón, el espíritu humano, no podrá elevarse a la contemplación de la verdad total.
Sin el ala de la fe la razón se vería atrapada en el engaño del cientificismo, que afirma que la ciencia, con sus conocimientos comprobables en un laboratorio, es la única forma de conocer la realidad. Bajo esta óptica, las verdades de la fe no existen sólo porque son imperceptibles a los ojos de la ciencia experimental. Esta afirmación es comparable a la del hombre que afirma que las ondas de radio no existen, sólo porque sus ojos son incapaces de percibirlas.
Sin el ala de la razón, la fe sería fácilmente reducida a mito o superstición, y dejaría de ser una propuesta universal. Una fe auténtica necesita de una razón audaz.
¿Creer en la ciencia o en Dios? La de Juan Pablo II, es una respuesta incluyente: ciencia y Dios. ¿Por qué hacer una opción exclusiva? Creer en la ciencia porque descubre al hombre un mundo ordenado y fascinante, que por otro lado ya estaba aquí desde antes de su llegada; y creer en Dios, que ha dejado en los humanos esa extraña comezón que les lleva a preguntarse el porqué de todo. ¿Por qué el hombre es el único capaz de hacerse estas preguntas?
Juan Pablo II: hombre, Papa y ¡beato!
Alejandra Diener | analisis@arcol.org
"Igual que el deseo de mantener la existencia del propio ser procede del impulso de autoconservación, el deseo de compartir con otro ser humano, el deseo que brota de una gran semejanza y de la diferencia de vida a la separación de los sexos, se basa en el impulso sexual. Éste, con todo su dinamismo, y significado, se convierte en origen de la propagación de la vida; por eso se convierte, simultáneamente, en el impulso reproductor al que el hombre debe la preservación de su especie en la naturaleza. Este deseo natural es la base del matrimonio y por medio de la vida marital se convierte en fundamento de la familia".
Este escrito lo redactó hace ya varias décadas un hombre que muy a parte de su fama y de su gran injerencia en la historia de la humanidad, era una persona de carne y hueso, experto en antropología.
Este hombre influyente en la vida de los católicos primordialmente, pero sin duda alguna en el rumbo de la política mundial, es Karol Józef Wojtyla, el 264 Papa de la Iglesia Católica. Un hombre que vivió desde muy joven la separación de sus seres queridos, las atrocidades de la guerra, del comunismo, pero, sobre todo, que aprendió a conocer a la persona humana con maestría.
Desmenuzando al hombre, en su obra "Persona y Acción" nos demuestra la indudable realidad de cómo es que el cuerpo humano está conformado. Nos enseña, nos corrobora que al unísono somos cuerpo y espíritu, y que en el espíritu tenemos las facultades exclusivas de nuestra propia especie: la inteligencia y la voluntad.
Karol, el Papa de carne y hueso se hizo mexicano de corazón, guadalupano por convicción y nunca separó las tradiciones ancestrales que nuestros indígenas mexicanos tienen desde siglos atrás.
Con un gran respeto a la persona, supo combinar la importancia de los ritos aztecas, de las creencias politeístas y se dejó limpiar, cuando beatificaba a "San Juan Diego", encargando a nuestro pueblo ser siempre fieles. Nos dejó una relación personal, una intimidad envidiada por muchas naciones. Confió en nosotros y descansó sabiendo que cumpliríamos fielmente su mandato: evangelizar a aquellos que han perdido la fe.
En Karol se podía comprender a la perfección el principio de subsidiariedad. La magnificencia del respeto a los demás nos lo demostró al mejorar las relaciones entre judaísmo, Islam, la Iglesia Ortodoxa y la Anglicana.
Años atrás ya gestaba lo que en su Pontificado realizaría como obras antropológicas y filosóficas, y decía: "El individualismo ve en el individuo el bien supremo y fundamental, al que se deben subordinar todos los intereses de la comunidad o sociedad, mientras que el totalitarismo objetivo, se basa en el principio contrario, y subordina incondicionalmente al individuo, a la comunidad o sociedad".
Karol, el amigo de los jóvenes, no en vano creó las Jornadas Mundiales de la Juventud, también fue amigo de los niños, pues hasta cómics de su vida hay. Fue el amigo de las familias, de las madres desamparadas, de los más desprotegidos, el amigo políglota y viajero del mundo. Karol fue el Papa que se propuso posicionar a la Iglesia como el faro del mundo contemporáneo.
Esta semana renacerá el hombre de carne y hueso, el Papa internacional será beatificado justamente el mismo mes en que nació. Nació el 18 de mayo de 1920, en Cracovia, Polonia, y el 13 de mayo de 1981 el turco Mehmet Ali Agca, lo hirió de bala, tras lo cual se recuperó y volvió a vivir, pero ahora lo hará eternamente como beato, ya que el 1 de mayo será el Beato Juan Pablo II.
Con su legado, con su historia, generaciones enteras tendrán un ejemplo a seguir, un hombre santo pero de carne y hueso que nos enseñó que viviendo al servicio de los demás hacemos de la vida un paraíso terrenal.
Nos recordará siempre que el prójimo es nuestro hermano, que debemos ser generosos y caritativos. "La idea de prójimo nos obliga no sólo a reconocer, sino también a valorar aquello que dentro del hombre es independiente de su condición de miembro de cualquier comunidad, nos obliga a observar y apreciar en él algo que es mucho más absoluto".
Juan Pablo II nos recordaba en sus estudios antropológicos la importancia de concienciar que vivimos en comunidad y que tal hecho debía obligarnos a aprender, a respetar y convivir con los demás. "La noción de prójimo se refiere a la realidad más amplia, a la más común y también a los más amplios fundamentos de la comunidad interhumana".
Sin embargo, siempre supo hablar de la verdad basada en la realidad y no en ideas particulares, promoviendo un compromiso ético y social: Asumiendo la defensa de la dignidad de la persona y los derechos humanos, así como la promoción de la diversidad cultural de los pueblos y el impulso de la justicia social y la moral personal.
Fue un opositor por igual de las dictaduras marxistas y del capitalismo liberal y, muy especialmente, siempre defendió la vida y la familia, condenando el aborto, la contracepción y la fecundación artificial. Juan Pablo II nos enseñó que hay una cultura de la muerte fruto de un materialismo occidental, hedonista y relativista.
Este mes de mayo, Karol volverá a nacer, pero esta vez para siempre, el Papa humano será enamorado de la vida, implacable, ejemplar, un hombre de carne y hueso que permanecerá en nuestros corazones con optimismo y, claro está, nos deja una llama de fuego que nos permite tener certeza de que este mundo mejorará.
Fuentes: Varias